miércoles, 6 de noviembre de 2013

Estación de tren

(inserte aquí su acuarela maravillóstica)

Y de nuevo los carteles conocidos, las caras extrañas, el traqueteo incesante de las ruedas de las maletas, las miradas perdidas, los destinos esperados y los destinos que allá quedan. Y de nuevo el movimiento incandescente, y los colores de piel, y las horas y el tic-tac y las esperas, y el pulso de alguna canción llevado con la punta del pie. De nuevo los viajeros y las personas que viajan, y este movimiento de brazos tan exageradamente mediterráneo, y besos y abrazos fríos a compañeros forzosos de apellido. De nuevo esa persona que llora siempre en las estaciones, y de nuevo esas que se abrazan y duermen en hombros que hacen de almohadas conocidas. Hablemos. Y de nuevo un reloj de arena eterno y cervezas más medio vacías que medio llenas, y cafés para hacer tiempo y tiempo de café. De nuevo asientos que ocupan personas diferentes y que sin saberlo arrastran la carga de los otros en el trasero. Personas deambulantes y ambulancias chillonas y ambulancias discretas, y paradas de taxistas hambrientos de idiomas, de papeles, de telas, de cuero. Y de nuevo alguien con retraso que rompe la calma y vuelve el silencio, y ese andar de personas sin destino que buscan en el viaje el aire que no les ahogue, pero siempre se encuentran en las vías con la misma luna y con el mismo cielo.
Y de nuevo la cancioncilla, y de nuevo el último aviso a los últimos pasajeros, la última mirada, abrazo, y entonces traqueteo y de nuevo nuevos. 

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