domingo, 3 de noviembre de 2013

Castillo de Alcalà de Xivert (atardecer)


Un sol que se apaga poco a poco pero se resiste a dejar de cegar. Murallas mordidas por el tiempo, por el aire de y por los siglos. Paz. A lo lejos árboles infinitos, mundo eterno. Montañas difuminadas por el blanco de las nubes. Silencio y viento lento. Caminos de animales que regresan al atardecer. Senderos de personas que vinieron y dejaron y se fueron, y dejaron solo al edificio viejo que aún araña el cielo azul y crece, crece de mil colores, crece simétrico y decolorado, modificado y des-humanizado. El sol dibuja sombras entre las ventanas, luchan el oscuro y el amarillo intenso. Vacíos por donde se respira el vacío, y vacíos llenos de pisadas borradas e historias vividas e historias mentiras contadas. Quizá algunos besos, algunas lágrimas y algunas sangres que no recuerdo. Plantas secas y plantas verdes por este otoño tardío, seres escandalosos, generaciones unidas por el campo. Frío, y un sol casi desaparecido que ha manchado todo de mil colores.  Piedras a las que no importa el tiempo porque mueren tan lentamente que se creen eternas. La luz se aleja, y graba las pequeñas historias de hoy en los muros que tanto saben del mundo, que tanto saben de soledades porque siempre duermen solas. Que saben que el tiempo llega, que pasa, que regresa, que acaricia y que rasga sus paredes, pero que siempre espera. Y él, mientras tanto, que conoce más amaneceres de los que todos nosotros veremos juntos, más fuerte que el sol o que la luna, grande, gigante, duerme tranquilo de saber que siempre queda.

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